Es verdad que no todos somos iguales. Por ejemplo, estuve leyendo un eMail que envió una vieja amiga (okay, no tan vieja y más amiga) acerca de los hombres.
La historia iba mas o menos de esta forma:
“SE VENDEN SAPOS ENCANTADOS QUE SE CONVIERTEN EN PRÍNCIPES”
No es que todos los príncipes seamos sapos, ni que todos los sapos terminen siendo unos príncipes. Pero me causó mucha gracia el asuntillo, así que seguí leyendo:
Así decía el letrero sobre el acuario de cristal, lleno de pequeños sapos, en una tienda. La idea se me hizo medio fumada y la curiosidad me llevó a preguntarle a la mujer que atendía que me explicara. Y me contesto esta jalada:
“SE CONVIERTEN EN PRÍNCIPES, SOLO TIENES QUE SEGUIR LAS INSTRUCCIONES”
-Y diciendo esto, me entregó un pequeño cuadernillo de barata con las instrucciones.
Por supuesto que yo ni de pendeja le creí, pero la vendedora tomó uno al azar y me lo dio asegurándome: “TODOS SON IGUALES”
-“¡Sigue las instrucciones al pie de la letra y mañana a estas horas tendrás a tu príncipe!”
¿Porqué tenemos nosotros los hombres buenos, responsables, simpáticos e inocentes que cargar con la culpa de algunos insensatos?”
¡Come on! -me dije, adivinando por dónde iban los tiros. ¿Cómo que “todos son iguales”? ¿Qué pasa aquí?, osea, que los hombres (algunos) seamos unos príncipes lo acepto; que nos digan sapos… bueno en gusto y colores no hay nada escrito, pero que digan que todos somos iguales. ¡PROTESTO!
¿Porqué tenemos nosotros los hombres buenos, responsables, simpáticos e inocentes que cargar con la culpa de algunos insensatos? Acaso todos salimos en Laura en América? ¡Por favor!
Resulta que el sapo se hace príncipe, como si fuera muy fácil sin pisar un gym o seguir dietitas metrosexuales.
Parte del cuento decía -a groso modo- que la tonta heroína se llevaba al sapo y se dedicaba a él todos los días. Cada media hora le llenaba de palabras de amor y alabanzas. Como si no hubiésemos hombres dispuestos a oír ese tipo de cosas bonitas. ¡Encima se lo dice a un sapo!.
Resulta que el sapo se hace príncipe, como si fuera muy fácil sin pisar un gym o seguir dietitas metrosexuales. Empieza a sangrar a la mujer, claro, ser príncipe cuesta. Esta termina subyugada por el hombre/príncipe/sapo, al punto de descuidar su persona.
Por supuesto que el muy sapo -en toda la extensión de la palabra- empieza a cambiarla por otra (como si existiese un contrato donde diga que convivir con una mujer significa que esta deje de arreglarse).
La tía toda emputada busca una solución en el libro. Sí, que fácil creen ellas que pueden sacarnos a un príncipe -por más sapo que sea- de encima. Y resulta que diciéndole la “realidad” este volvió a ser un sapo otra vez. Qué simple, cómodo y conveniente lo ven ellas la verdad.
Encima cuando lo devuelve a la vendedora, esta se sonríe como muy conocedora de príncipes, sapos u hombres. ¡De seguro que en su cama desfilaron muchos y no precisamente muy príncipes! Pero vaya que suelta de huesos para decir: “todos son iguales”. Y como colofón nos deja esto:
“Nada más es cuestión de que los endioses a ellos para que se crean la octava maravilla y hagan de ti lo que quieran. Así que cuidado porque hay muchos; no traten al hombre como un príncipe… porque no es más que un simple y pinche sapo”.
Osea. ¿Porqué? No todos somos iguales, los habemos guapos y leales. ¿No lo creen así?
Hasta la próxima entrega.